jueves, 18 de febrero de 2010

LA CARNE DE LOS CUENTOS

También hay historias que nos hablan de las historias, como es el caso de este breve diálogo sufí:
Un día le decían a Bahandin Naqshband:
-Nos cuentas historias pero no nos dices cómo descifrarlas.
-¿Tú qué dirías -contestó el narrador-, si un hombre que viene a venderte fruta se la comiese, dejándote sólo con la piel?

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EL SOLDADO HERIDO

Buda, tal y como se nos cuenta, decía que un hombre herido por una flecha tenía que, sobre todo y lo más rápidamente posible, curarse. El erros sería preguntarse primero de dónde viene la flecha, quién la ha lanzado, de qué madera ha sido tallada, etc.
Rumi, el poeta persa, ha retomado casi palabra por palabra dicha parábola.
Un guerrero fue herido por una flecha en una batalla. Quisieron arrancarle la flecha y curarlo, pero él exigió saber primero qiuén era el arquero, a qué clase de hombre pertenecía y dónde se había colocado para diparar. También quiso saber la forma exacta del arco de éste y qué clase de cuerda utilizaba. Mientras se esforzaba por conocer todos estos datos, falleció.

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DECIR LA VERDAD

Si buscamos la verdad (que, según Víctor Hugo, siempre acaba por no conocerse), es que creemos que existe. Se trata de una creencia tan frágil como las otras.
Sin embargo, en algunos casos es indiscutible que la verdad -o al menos una verdad parcial- existe. Por ejemplo, una corta historia árabe, en la que un hombre muy irritado el dice a su mujer:
-¡Te repudio si no me dices la verdad! ¿Has robado algo de mi bolsillo?
La mujer contesta, mirándole a los ojos:
-He robado. No he robado.
El hombre reflexiona un instante. Comprende que, de todas formas, su esposa le ha dicho la verdad, como él ha pedido.
Y se tranqiuliza.

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LA TELARAÑA

La existencia del más allá se ve atestiguada y contestada por las historias de todos los tiempos.
Dostoievsky y más tarde Akutagawa Ryünosuke contaron esta antigua historia india.
El buda Chakyamuni paseaba un día por el paraíso cuando, al inclinarse hacia el borde de un estanque, vio las dolorosas profundidades del infierno. Allí se debatía un célebre bandido capturado por los diablos. Se llamaba Kandata.
Pero el buda sabía que un día, atravesando un bosque, aquel criminal había salvado a una araña a la que poco le faltó para aplastar. Por esta única buena acción, Chakyamuni, embargado por la piedad, decidió que
había que indultar a aquel criminal. Una araña del paraíso tejía tranquilamente su tela cerca de él. El buda cogió aquel hilo y lo deslizó por el agujero del abismo del infierno.
Kandata vio aquel hilillo brillante y se agarró de él. Empezó a subir por el hilo hacia la luz y los perfumes celestes. El esfuerzo era mucho. En un momento dado, Kandata, cansado, se detuvo un instante para descansar y miró hacia abajo.
Entonces vio que centenares, miles de condenados se habían agarrado al mismo hilo y subían con muchas dificultades detrás de él. Asustado, furioso, Kandata les gritó que aquel hilo era suyo y que tenían que soltarlo inmediatamente. Apenas pronunció aquellas palabras, el hilo se rompió.
Kandata volvió a caer con todos los demás en las profundidades de la noche y el dolor.
Chakyamuni, que lo había estado observando todo, reemprendió su tranquilo paseo por los prados del más allá.

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miércoles, 17 de febrero de 2010

DOS MUJERES EN UNA BARCA

Las dos mujeres de Nasrudin -se cuenta en Turquía- le preguntaron un dìa a cuál de las dos quería más.
Evitando pronunciarse, contestó, por prudencia, que las quería a las dos por igual.
Ellos insistieron, él persistió. Entonces la más joven de las dos le preguntó:
-Si las dos estuviéramos en una barca y ésta se volcase, ¿a cuál de las dos salvarías primero?
Nasrudín miró a la de más edad y le preguntó:
-Tú sabes nadar un poco, ¿no?.

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EL ASNO DE NASRUDIN

Mula Nasrudin, tras perder su asno -cuenta una historia turca-, hizo proclamar en toda la ciudad que le daría el animal a a quel que se lo trajese, además de la albarda y el cabestro como gratificación.
Y, como alguie se sorprendió de que prometiese darle el asno al que lo encontrase, no entendiendo lo que ganaba con aquello, Nasrudin le contestó:
-¿Te parece entonces insignificante la felicidad de encontrar algo que has perdido?

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martes, 19 de enero de 2010

EL HOMBRE QUE FUE A BUSCAR AGUA

Si el tiempo es nuestro indiscutible maestro, el maestro al que todo obedece, incluso las piedras y las estrellas (e incluso los cuentos), a veces podemos someterlo, cuando se presta para ello, a lo que llamamos los juegos de la mente.
He aquí primero una historia india extraída de una digresión del Mahabharata.
Dos hombres caminaban por el campo. El más anciano le dijo al otro:
-Estoy cansado. Ve a buscarme un poco de agua en lso pozos que veo, al otro lado del campo. Te espero a la sombra de esos árboles.

El joven cruzó el campo. Una vez hubo llegado al pozo, se encontró con una muchacha que estaba sacando agua. Como se sintió irresistiblemente atraído por la joven, le dirigió la palabra suavemente, le preguntó su nombre. Ella le contestó con una sonrisa. Un momento más tarde, él le propuso
llevarle la jarra de agua hasta el pueblo. Ella aceptó. Ya en el pueblo, fue invitado a quedarse a comer en la casa de la joven. Conoció a toda la familia y acabó pidiendo la mano de aquella que le había conducido hasta allí. Se la concedieron. Cuando la boda hubo concluido, se puso a trabajar en los campos del pueblo. Tuvo hijos y se ocupó de su educación. Uno de ellos murió de enfermedad. Los padres de su mujer también murieron, uno y luego el otro, y así se convirtió en la cabeza de la familia. Su hijo mayor se casó y se fue del pueblo, adonde regresaba una vez al año. Entonces su mujer, cuya cabellera se había vuelto blanca, tuvo unas fiebres incurables y murió.
Él la lloró, porque la había amado mucho.
Unos días más tarde, una repentina inundación devastó el campo. El campesino fue ararstrado con todo el resto de la gente por un imparable torbellino de agua fangosa. Se debatió, intentó alargar la mano para coger a su hijo pequeño, que se ahogaba ante sus ojos, por los pelos. De repente, sin que supiera decir por qué, se acordó de su viejo amigo, el anciano que le había pedido agua.
Al instante se encontró en tierra seca, cruzando un campo, con una jarra de agua en la mano. Regresó junto a un anciano que estaba adormecido a los pies de un árbol.Algo en el aire, que se había vuelto puro y ligero, parecía indicarle al campesino que se encontraba en el mismísimo umbral del gran misterio de Visnú, el dios que mantiene los mundos en su sitio.
El anciano se despertó y le dijo mientras se levantaba:
-El sol ya está bajo. Has tardado mucho. Estaba a punto de ir a buscarte.

Una variante de esta historia india se encuentra en la tradición sufí.
Un hombre llamado Haydar estaba a punto de ser admitido en la gran cadena de los sheiks. Tenía que llevarle agua a su maestro, que era un hombre muy venerable. Atravesó lentamente la multitud con un vaso de agua en la mano, se inclinó ante el anciano sheik y le entregó el vaso. Pero el viejo, que hablaba agitando las manos, golpeó el vaso y éste cayó al suelo y se rompió.
En ese preciso instante, Haydar se sintió transportado por los aires y se encontró al borde de un precipicio. No demasiado lejos de allí vio una ciudad desconocida y hacia ella se dirigió.
Entró en una posada, hizo una buena comida, buscó dinero en sus bolsillos y no encontró nada. Muy confundido, compartió su aprieto con el posadero, que le dijo:
-¡Pero si aquí no se paga! Basta con que digas Bismillah ir-Rahman in-Rahim. Eso es todo.
-¿Bismillah ir-Rahman in-Rahim?
-Tú lo has dicho.
Haydar, encantado con el arreglo, pidió un café y luego otro. Para pagar el café le bastaba con recitar el verso sagrado. Y así sucesivamente. Lo mismo le ocurrió en el taller de un sastre donde adquirió preciosas ropas nuevas a cambio de recitar otro verso (a decir verdad más largo que el anterior).
-Tú no eres de aquí -le dijo el sastre.
-No. He llegado hoy. No conozco bien vuestras costumbres.
-Y seguro que no tienes donde hospedarte, ¿verdad?
-Verdad
Tengo una habitación pequeña encima de la tienda. Si la quieres, es tuya.
-Te lo agradezco.
-Cierra tu puerta antes de acostarte y coloca una vela encendida en la ventana. Porque por las noches las mujeres vienen aquí a coger lo que desean.
Haydar hizo lo que le decían. Por la noche, desde la ventana, vio a las mujeres acercarse a la tienda del sastre y empezar a servirse. Una de las mujeres le sorprendió por su porte, por su belleza. Haydar, presa de un repentino amor, no pudo dormir ni un segundo. A la mañana siguiente le habló al sastre de aquella mujer, y éste le dijo:
-Pero si es muy sencillo: la próxima noche, enciende una segunda vela y dásela a dicha mujer. Si la acepta, es una buena señal.
-¿Volverá?
-Vuelven todas las noches.
La noche siguiente, la mujer aceptó la vela encendida de manos de Haydar y se retiró sin mediar palabra. Durante el día, el juez mandó a llamar a Haydar a su despacho y le dijo:
-Si lo he entendido bien, quieres casarte con mi hija.
-Exactamente -contestó Haydar (que temía ser convocado por una mala acción).
-Ella te ha aceptado. Pero antes de que se case contigo, tienes que conocer las tres reglas fundamentales de la vida en nuestra ciudad. Primera: no debes robar. Segunda. no debes mentir. Tercera: no debes desear la mujer de otro.
-Estoy de acuerdo -dijo Haydar, a quien las tres condiciones le parecieron razonables.
Una magnífica boda unió a Haydar con una maravillosa esposa, devota y fiel. Un día, ella le vio regresar a la ciudad comiendo una manzana que había encontrado en los campos.
-Has robado esa manzana -le dijo-. La manzana pertenece al propietario de la tierra por la que has pasado. Tengo que dejarte.
Inflexible, hizo las maletas y se fue, dejando a Haydar con el corazón roto. Pero, como era nuevo en el país, su cuñado le perdonó. Después de todo, la falta era leve. Su mujer regresó, la vida continuó.
Una mañana, muy temprano, cuando todavía estaba en la cama, alguien llamó a la puerta.
-Es un amigo que quiere verte -le dijo su mujer, que ya estaba levantada.
Haydar, medio dormido, se dio la vuelta y murmuró:
-Dile que no estoy.
-Acabas de mentir -le dijo su mujer.
Sin una palabra más, ella volvió a hacer las maletas y se fue por segunda vez.
Haydar se presentó ante su cuñado, que quería castigarlo con severidad y exiliarlo. Haydar se defendió con elocuencia y sinceridad. Lo perdonaron por segunda vez y por segunda vez su mujer regresó a casa, y los días felices retornaron.
Los años pasaron numerosos y aprisa. Su mujer perdió poco a poco su belleza. Haydar adquirió la costumbre de pasear todos los días junto al río. A través de las ramas de los árboles, observaba como se bañaban las jóvenes.
Alguien lo vio y se lo hizo saber a su mujer. Ella lo dejó por tercera vez.
Haydar fue llevado ante el juez, su cuñado.
-Has deseado a otra mujer -le dijo éste-. Has quebrantado una a una las tres reglas de nuestro país. Te destierro, y esta vez sin perdón.
Haydar fue agarrado por dos hombres muy fuertes que lo llevaron hasta el borde de un precipicio, el mismo lugar en el que de repente se había encontrado hacía años.
Lo cogieron por los brazos y las piernas, lo balancearon un par de veces y luego lo lanzaron al abismo.
Por un instante se sintió flotar en el aire.
Entonces se volvió a encontrar frente al anciano shiek que le dijo, señalando los trozos de cristal:
-¿Dices ser un hombre de calidad y ni siquiera puedes servirme correctamente un vaso de agua?

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